Sebastián I de Portugal.- Una vida apasionante
Quiero empezar estos comentarios en donde termina la vida oficial de D. Sebastián en Alcazarquivir ya que los sucesos de su vida hasta ese momento son bien conocidos. Los sucesos posteriores fueron cuidadosamente ocultados por las autoridades españolas y desconocidos totalmente por los historiadores al haber sido declarado el proceso del llamado “pastelero de Madrigal” secreto de Estado y materia reservada por el duque de Lerma, primer ministro de Felipe III, secreto de Estado que estuvo en vigor hasta mediados del siglo XIX. Cabría preguntarse: si era un impostor y el proceso fue justo ¿porqué se clausuro y se declaró materia reservada?
La propaganda del Estado español
funcionó bien y el caso del pastelero fue asimilado al de los tres impostores
que fueron fácilmente desenmascarados y ejecutados. La
Santa Sede que no quiso levantar el voto
hecho, por D. Sebastián bajo los pontificados de Gregorio XIII y Sixto V, por
motivos exclusivamente políticos corrigió su actitud a partir de la muerte de
Felipe II en 1598 y emitió tres breves pontificios en 1598 por Clemente VIII,
en 1617 por Paulo V y en 1630 por Urbano VIII reconociendo los derechos de D.
Sebastián y de sus sucesores a la
Corona de Portugal.
Las líneas que siguen las he escrito con la información obtenida en el
estudio del proceso de Madrigal que se guarda en el archivo nacional de
Simancas y de numerosas obras en especial de las escritas por mis queridas amigas,
ya fallecidas, Mercedes Formica y Remedios Casamar a las que estaré eternamente
agradecido.
Empiezo la historia cuando termina la batalla de Alcazarquibir. Se
está procediendo al saqueo de los cadáveres y al asesinato de los portugueses
heridos que no tienen ropajes de nobles por los que se pudiera pedir rescate,
el calor es asfixiante y tras la batalla uno de los prisioneros portugueses,
Sebastián Resende, dice conocer el sitio en donde se encuentra el cadáver del
rey. Van a buscarlo y traen un cadáver de un hombre joven, desnudo y totalmente
irreconocible por tener la cara destrozada. Los nobles portugueses prisioneros
reconocen en el cadáver al rey D. Sebastián con lo que el sultán triunfador
queda contento y no ordena que se siga buscando al rey. Más tarde, cuando los
prisioneros fueron rescatados y volvieron a Portugal, explicarían que dijeron
reconocer el cadáver para dar tiempo al rey a ponerse a salvo evitando fuese
perseguido. Este fue el cadáver que se enterró en los Jerónimos de Lisboa por
orden de Felipe II que tenía sumo interés en que no hubiese duda de la muerte
del rey D. Sebastián.
El día de la batalla, por la noche, llegaron a Arzila tres caballeros
y dijeron, para que les abriesen las puertas de la muralla, que con ellos iba
el rey. Los tres caballeros se embarcaron y D. Diego de Soussa ordenó que la
flota zarpase para Portugal. Se desmintió el que uno de los embarcados fuese el
rey D. Sebastián pero cuando la flota llegó a Lisboa el almirante Soussa no fue
arrestado por haberse vuelto a Portugal sin esperar a su rey y a los restos del
ejército. No fue arrestado porque el almirante le explicó al nuevo rey de
Portugal, el cardenal-infante D. Enrique, que D. Sebastián había vuelto a
Portugal, que quiso volver de incógnito por estar avergonzado, y que había
jurado vivir como hombre bajo durante veinte años para, así, purgar su pecado
de soberbia que había llevado a Portugal a la ruina y a la terrible derrota.
El nuevo rey D. Enrique ni castigó al almirante Soussa ni hizo
testamento. Era viejo y estaba bastante enfermo de tuberculosis y como no tenía
descendencia era urgente que hiciese testamento pues había varios parientes que
se creían con derecho a la corona de Portugal, entre ellos Felipe II de España
que se creía con mayor derecho a los demás. D. Enrique sabia que si no hacía
testamento Portugal caería en manos de Felipe II pues era, desde el punto de
vista militar, el más poderoso, pero no testó pues sabía que su sobrino nieto
D. Sebastián vivía y que tarde o temprano acabaría manifestándose públicamente
para evitar que el reino cayese en manos extranjeras.
D. Enrique se equivocó en sus cálculos pues falleció mientras D.
Sebastián estaba en tierras lejanas pues había ido como peregrino a Jerusalén
donde formuló su voto de vivir veinte años como hombre bajo. Felipe II sin
dudarlo invadió Portugal y se apoderó del reino con su política de hechos
consumados.
El hecho de vivir como hombre bajo implicaba la muerte civil pues en
aquella época para pertenecer al estamento noble era preciso demostrar que no
se había trabajado manualmente nunca. El hecho de vivir de un oficio que
implicase trabajo manual como cocinero o pastelero significaba, por tanto la
exclusión de la nobleza y con mayor
motivo, de la realeza.
D. Sebastián cuando volvió de África fue a Coimbra, al monasterio de la
Santa Cruz , a devolver la espada de D.
Alfonso Henríquez que había llevado a la guerra y que por quedar olvidada en la
nave no se perdió en la batalla. El almirante Soussa no habría dado la espada a
nadie salvo al rey D. Sebastián. De Coimbra marchó a la sierra del Carnero,
entre Oporto y Guimaraes, a una casa propiedad de D. Cristóbal Tabora para
curarse de una herida que tenía infectada en la pierna izquierda. La mujer de
D. Cristóbal Tabora, Francisca Calva, contrató
en Lisboa por cincuenta cruzados, a un famoso doctor judío, el doctor Mendes
Pacheco, para que fuese a su casa de la sierra del Carnero a curar a D.
Sebastián. El doctor cuando volvió a Lisboa contó que había curado a un joven
enmascarado con un antifaz al que acompañaban cuatro caballeros y como
Francisca Calva le había dicho que iba a curar a D. Sebastián de nada sirvió el
antifaz pues ya sabía de antemano el doctor a quien iba a curar y así lo
proclamó en Lisboa.
Cuando estuvo curado de su herida en la pierna marchó D. Sebastián a
tierra Santa en peregrinación y en el Santo Sepulcro en Jerusalén repitió el
voto con juramento de vivir veinte años como hombre bajo. Volvió a Europa por
donde deambuló durante siete años. Hay poca información de los lugares en donde
estuvo durante esos años. Se sabe estuvo en La Coruña combatiendo junto a
los españoles contra los ingleses. Estuvo en Navarra en 1584 donde era virrey
el marqués de Almazán y esta visita fue trascendental en su vida pues el
marqués le reconoció.
El marqués de Almazán cuando vio en el estado en que se encontraba el
rey de Portugal le convenció que no podía seguir viviendo en esas condiciones
tan deplorables. Ante el misticismo tan exacerbado de D. Sebastián el marqués
le aconsejó que fuese a Roma a pedir al Papa le dispensara del voto hecho. En
Roma vivían el padre de Alejandro Farnesio, Octavio Farnesio Príncipe de Parma
y el tío de Alejandro Farnesio el cardenal de igual nombre. Alejandro Farnesio,
primo hermano de D. Sebastián vivía en Madrid.
Octavio Farnesio estaba ya viudo de Margarita de
Austria, la hija de Carlos V, tía de D. Sebastián, pero el marqués de Almazán
pensó que los dos hermanos Farnesio podrían ser de gran ayuda a D. Sebastián en
Roma siendo como era el cardenal Farnesio decano del colegio cardenalicio.
El marqués de Almazán que conoce a los Farnesio
desde su estancia en Italia cuando tan solo era conde de Monteagudo, le da
cartas de presentación para los hermanos Farnesio, le viste adecuadamente con
ropas de señor y le provee de los fondos necesarios para realizar el viaje.
El marqués de Almazán tiene una sobrina, Dª Ana de Austria, hija
natural de D. Juan de Austria y de Dª Maria de Mendoza, que vive desde su niñez
en el convento de Agustinas de Madrigal de las Altas Torres. El marqués piensa
que un matrimonio entre D. Sebastián y su sobrina sería muy ventajoso para la
familia al emparentar con la realeza y le pide a D. Sebastián que solicite al
Pontífice la dispensa para poder casarse con Dª Ana que es prima hermana suya.
D. Sebastián guarda un grato recuerdo del Papa, Gregorio XIII, que fue la única
ayuda que tuvo cuando emprendió la aventura africana. Piensa que el Pontífice
no le pondrá obstáculos a su demanda de levantarle el voto dada la buena
relación que siempre hubo entre ambos.
Llega a Roma D. Sebastián a comienzos de 1585 y se dirige al palacio
Farnesio. Le reciben los dos hermanos Farnesio con gran simpatía y el cardenal
Alejandro le presenta un simpático joven llamado Marco Tulio Catizone para que
le sirva de secretario en Roma para el proceso que inicia la Curia de reconocimiento. El
proceso de la Curia
es lento y los cardenales españoles y los hispanófilos se oponen rabiosamente
al reconocimiento poniendo todo tipo de obstáculos para dilatarlo pues el Papa
es muy mayor y esperan muera antes de autorizarlo.
Los cardenales españoles se habían opuesto
rotundamente al levantamiento del voto alegando que ello implicaría enemistar a
la Santa Sede
con España, la principal potencia católica. El Papa, anciano, no tenía fuerzas
para asumir tanta responsabilidad y como veía próximo su fin pensó era mejor
dar largas al asunto y, en todo caso, dejar la solución en manos de su sucesor
que presentía muy próximo. No existe ninguna prueba de que el Pontífice fuese asesinado por los
agentes españoles ante el peligro de que reconociese al rey D. Sebastián,
aunque el pueblo romano, siempre murmurador, dio por hecho cierto el
envenenamiento del Pontífice. El mismo D. Sebastián tiene que extremar las
precauciones pues Marco Tulio teme que los agentes españoles en Roma asesinen
al Rey.
El Papa, que
tiene 84 años, moriría el diez de abril de ese mismo año 1585 sin que tuvieran
tiempo D. Sebastián, su agente romano Marco Tulio Catizone y sobre todo el
cardenal Alejandro Farnesio, a pesar de su prestigio y ascendencia sobre el
colegio cardenalicio, de conseguir el levantamiento del voto. Los cardenales
españoles y los hispanófilos tienen peso decisivo en el cónclave y en la ya
débil voluntad del moribundo Pontífice Gregorio XIII.
El Papa le
dio la dispensa para casarse con su prima Dª Ana de Austria y con su otra prima
Isabel Clara Eugenia, hija mayor de Felipe II con quien estaba comprometido a
casarse desde las vistas de Guadalupe. Estando en Roma D. Sebastián en estas
cuestiones, fallece el Papa Gregorio XIII y le sucede en el pontificado Sixto
V.
Los
cardenales españoles, que tanto habían luchado en el cónclave que ordenó el
Pontífice anterior para el reconocimiento del Rey D. Sebastián consiguiendo,
que aunque fuera reconocido como tal en el extensísimo expediente que se
realizó por la Curia
romana, no se le levantase el voto, por las razones de índole política
aducidas, ahora se dejan engañar por el aspecto achacoso del cardenal y no
ejercen el veto saliendo elegido en dicho cónclave un Pontífice enemigo acérrimo de Felipe II. Como los
cardenales no se ponían de acuerdo sobre el Pontífice a elegir, se pensó, como
otras veces, en un Papa de transición, que durase poco y permitiese a los
cardenales elegir con tranquilidad el siguiente Romano Pontífice.
Su elección la promovió el Cardenal de Médicis,
agudo político, y consiguió fuese elegido con enorme rapidez el 28 de abril de
dicho año de 1585. La leyenda romana cuenta que durante el cónclave el viejo
cardenal no paraba de toser y decía a los demás cardenales que tenía los días
contados y que le aconsejasen a quien debía votar. Los cardenales, que no se
ponían de acuerdo pensaron en un papa de transición y decidieron elegirle.
Cuando aún no había terminado el recuento de votos pero él ya tenía asegurada
la mayoría para su elección, se irguió, dejó de toser y se dispuso a actuar
como un pontífice autoritario.
D. Sebastián pensó que podría conseguir del nuevo
Pontífice la dispensa de su voto puesto que la probanza que era lo más largo y
engorroso ya se había realizado y figuraba en el expediente abierto por la Curia en el Vaticano y
permanece en Roma con este propósito.
Este Pontífice obliga a D. Sebastián a mantener su
voto por los mismos motivos del anterior: no quiere conflictos entre príncipes
cristianos, pero le renueva la dispensa para poder casarse con Dª Ana de
Austria o con su otra prima Isabel Clara
Eugenia pues los cardenales españoles comunican al Papa el compromiso de
matrimonio que tenía D. Sebastián con Isabel Clara Eugenia desde las vistas de
Guadalupe.
D.. Sebastián perdió la esperanza que un Pontífice le levante el voto ante las
negativas de Gregorio XIII y Sixto V y
decide regresar a España y esperar los trece años que faltan para que se cumpla
el plazo jurado.
Durante su estancia en Roma los Farnesio hacen que pinten un retrato a D. Sebastián para tener un recuerdo de su estancia en Roma y además dicho retrato supondría una prueba evidente de su supervivencia tras la batalla de Alcazarquivir.
Este retrato al óleo hecho a D. Sebastián a finales del siglo XVI en Italia ha sido descubierto recientemente y que se encuentra en la actualidad en una casa de subastas de Lisboa. Este retrato muestra a un rey D. Sebastián de mas edad de los retratos conocidos del rey pues aparenta tener unos treinta años y el cuadro se le data a finales de del siglo XVI. Sabemos por Simancas que D. Sebastián acudió a Roma en 1585 para pedir al papa le dispensara del voto hecho de vivir como hombre bajo. En 1585 D. Sebastián tenía 31 años que podría ser perfectamente la edad que aparenta tener en el cuadro.
El cuadro tiene en la parte superior un letrero que dice “SEBASTIANUS I LUSITANOR R”, lo que significa Sebastián primero rey de Portugal. En la parte inferior derecha del cuadro figura en la armadura del rey lo que se adivina como la cruz de Cristo, símbolo dela Dinastía de los Avis.
Durante su estancia en Roma los Farnesio hacen que pinten un retrato a D. Sebastián para tener un recuerdo de su estancia en Roma y además dicho retrato supondría una prueba evidente de su supervivencia tras la batalla de Alcazarquivir.
Este retrato al óleo hecho a D. Sebastián a finales del siglo XVI en Italia ha sido descubierto recientemente y que se encuentra en la actualidad en una casa de subastas de Lisboa. Este retrato muestra a un rey D. Sebastián de mas edad de los retratos conocidos del rey pues aparenta tener unos treinta años y el cuadro se le data a finales de del siglo XVI. Sabemos por Simancas que D. Sebastián acudió a Roma en 1585 para pedir al papa le dispensara del voto hecho de vivir como hombre bajo. En 1585 D. Sebastián tenía 31 años que podría ser perfectamente la edad que aparenta tener en el cuadro.
El cuadro tiene en la parte superior un letrero que dice “SEBASTIANUS I LUSITANOR R”, lo que significa Sebastián primero rey de Portugal. En la parte inferior derecha del cuadro figura en la armadura del rey lo que se adivina como la cruz de Cristo, símbolo de
Si verdaderamente el cuadro es de finales de siglo, como dicen los expertos, sería una prueba concluyente de la supervivencia de D. Sebastián y confirmaría lo declarado en el juicio de su
estancia en Roma.
Retrato romano del Rey Don Sebastián de Portugal "Sebastian I Rey de Portugal" |
En el año 1588 D. Sebastián acude a Madrid,
disfrazado, a petición del Marques de Almazán que es ahora Presidente del
Consejo de Ordenes y miembro del Consejo de Estado. A la reunión acude Fray
Miguel de los Santos que ha ido a Madrid con el pretexto de negociar asuntos de
Dª Ana de Austria. Este fraile, patriota portugués, no aceptó nunca el dominio
español y fue desterrado por Felipe II a España como capellán del convento de
monjas agustinas de Madrigal de las Altas Torres. Acude también un enviado del
conde de Redondo, del círculo más íntimo de D. Sebastián, su mayordomo
Francisco Gómez. El conde de Redondo íntimo amigo de D. Sebastián, D. Francisco
Coutinho, su compañero de Alcazarquivir, había fallecido en 1580 y ahora el
título lo ostentaba su sobrino el joven D. Duarte de Castelo Branco, séptimo
conde de Redondo y también de amistad profunda con D. Sebastián.
El Marques de
Almazán, que teme a Felipe II desde que estuvo a punto de cortarle la cabeza en
Italia por un error cuando solo era conde de Monteagudo, toma todas las precauciones
imaginables para entrevistarse con D. Sebastián, pues conoce muy bien como se
las gasta su Rey. El pretexto del encuentro es la comida que en Navidad da el
Presidente del Consejo de Ordenes a los miembros del Consejo y a esa comida
asistiría D. Sebastián como cocinero.
Esta reunión en Madrid debería haber despertado
todas las sospechas de Felipe II cuando fue conocida por las declaraciones en
el juicio del pastelero de Madrigal y sin embargo, extrañamente dado el
carácter meticuloso del rey, no hizo ninguna averiguación al respecto cerca de
los miembros de la alta aristocracia que componían el Consejo de Ordenes y cuya
reunión con D. Sebastián podrían implicar una conspiración de alto alcance.
Cuando el marqués de Almazán dejó de ser virrey en
Navarra, Felipe II, le nombró miembro del Consejo de Estado, es decir miembro
del más importante órgano de la Monarquía Católica. Además era Presidente del Consejo
de Órdenes, que es uno de los siete
consejos en los que se sustenta la gobernación de todo el Imperio español, y
este Consejo es enormemente importante puesto que todos los cargos públicos de la Monarquía han de ser
aprobados por este Consejo. Esto
significa que todos los cargos importantes de España y de su enorme
Imperio les debían su nombramiento a los miembros del Consejo.
Para el marqués de Almazán era importante que los
miembros del Consejo conociesen a D. Sebastián para estar prevenidos ante
posibles acontecimientos en un futuro inmediato. Los hijos de Felipe II morían
en la infancia: Carlos Lorenzo en 1575, Fernando en 1578, Diego en 1582, María
1583. Solo quedaba vivo Felipe que llegaría a ser rey pero dada la terrible
mortandad de sus hermanos se temía con bastante razón por su vida. Era
necesario tener prevista la sucesión de Felipe II.
Como consecuencia de la visita al marqués de
Almazán, se llegó a un acuerdo de celebrar el matrimonio de Dª Ana con el Rey
D. Sebastián sin cumplir con el requisito previo de pedir autorización al jefe
de la familia y pariente más cercano que era su tío Felipe II. Se decidió que
el matrimonio sería secreto y se casaría con la autorización y bendición del
marqués de Almazán que era el pariente más cercano por la rama de su madre. No
se pediría autorización al Rey pues ello
implicaría que D. Sebastián tuviese que
descubrirse y no estaba dispuesto a hacerlo mientras durase el voto emitido. O,
al menos, mientras viviese Felipe II.
D. Sebastián marcha a Madrigal a conocer a Dª Ana De
Austria con quien se ha comprometido en matrimonio pero Dª Ana es ya monja profesa
por orden de su tío Felipe II y D. Sebastián católico ferviente se encuentra
perplejo y lleno de dudas. Al llegar a Madrigal sus dudas le son despejadas por
el capellán del convento Fray Miguel de los Santos que recogió por escrito una
protesta de Dª Ana cuando la obligó su tío a profesar en contra de su voluntad
siendo nula esa profesión según lo estipulado en el reciente Concilio de
Trento.
El capellán del convento Fray Miguel de los Santos
es un fraile patriota portugués que ha desterrado Felipe II a ese convento por
su patriotismo. Fue en Portugal confesor y predicador del rey D. Sebastián y ha
puesto todas sus fuerzas en que se realizase este matrimonio. No cabe en si de
gozo y casa a Dª Ana con su querido rey y a continuación escribe a todos los
nobles de Portugal contándoles la gran noticia de la reaparición del rey y de
su boda con un miembro de la Casa
de Austria.
Llegan a Madrigal grandes señores de Portugal
preguntando por el pastelero del pueblo. Los lugareños no salen de su asombro
cuando ven a esos señores besar las manos de rodillas y llorando al pastelero.
No le cabe la menor duda de que ahí hay un gran misterio y que el pastelero es
un rey encubierto. Por las noches los vecinos al acecho ven al pastelero saltar
dentro del convento por un balcón exterior. Y la unión da sus frutos y en 1592
nace una preciosa niña rubia como su padre y como su madre a la que bautiza
fray Miguel con el nombre de Clara Eugenia.
El día 7 de octubre de 1594 el juez Santillán de
Valladolid detiene al rey D. Sebastián. En el año 1598 vencía el plazo de los
veinte años del voto emitido por D. Sebastián y de acuerdo con Fray Miguel y
con Dª Ana D. Sebastián marcha de Madrigal camino de Burgos para vender unas
joyas de Dª Ana para tener dinero con lo que poder, cuando se cumpla el plazo
del voto, manifestarse públicamente y reclamar la corona que detenta Felipe II.
Se fue a Valladolid camino de Burgos, y allí se
quedó más de lo debido por su afición a las comedias. Además se encontró en
Valladolid al cocinero que coincidió con él en Madrid en la comida de Navidad
que había dado el marqués de Almazán. Este encuentro fue
nefasto pues D. Sebastián se jactó ante él, al ir vestido como un gran señor,
de serlo, y para ello alardeó de poseer joyas valiosas. Le denunciaron a la Justicia y el juez
Santillán que era como un perro de presa no paró hasta que le encontró y le
detuvo.
Eso fue la
noche del viernes 7 de octubre de 1594 cuando D. Rodrigo de Santillán alcalde
del crimen de la chancillería de Valladolid detiene al Rey D. Sebastián y se
inicia el terrible proceso que culminaría con el asesinato del Rey al
condenarle con una sentencia inicua a ser ahorcado y descuartizado.
Al detenerle le encuentra las joyas y D. Sebastián
justifica su tenencia diciendo que Dª Ana le había encargado su restauración y como
quiere confirmar este extremo el juez Santillán mandó recado a Madrigal para averiguarlo. Mientras llega la contestación, retiene a D. Sebastián, y
entonces le llegan a éste cuatro cartas que traía un mensajero y que confisca
el juez Santillán.
Las cartas son de Fray Miguel de los Santos y de Dª
Ana. En ellas el fraile le da el tratamiento de Majestad y Dª Ana, que también
le daba el tratamiento de majestad, le escribe como una esposa enamorada.
La sorpresa del
juez Santillán es enorme.
Además en las
cartas se alude al plan para que el Rey D. Sebastián y otros amigos
vuelvan a Madrigal disfrazados. Por si
fuera poco de las cartas se desprende con toda claridad que Dª Ana estaba
casada con el tal “Espinosa” y que de ese matrimonio había nacido una hija: “Y parece que doña Ana ha parido de este
hombre que aquí está preso una niña, y esto con título de casamiento”
D. Rodrigo piensa que el detenido pueda ser el Prior
de Crato D. Antonio y tras pasarse la noche entera copiando las cartas las
remite a Felipe II.
Las cartas del fraile Fray Miguel de los
Santos, son de enorme importancia pues
han sido escritas antes de iniciarse el proceso y por tanto es un testimonio
espontáneo.
Las cartas
del fraile son importantísimas por las cosas que dicen y cómo las dicen. Las cartas están dirigidas a un Rey al que se
idolatra, no son las cartas dirigidas a un impostor.
La impresión
que se extrae de su lectura es su tono de sinceridad y cariño con que están
escritas. Van dirigidas a un rey al que se tiene adoración, y se le dan
detalles sobre las personas queridas y
desde luego no es la carta que se dirige a un cómplice de una impostura de tal
naturaleza. Veintitrés veces le da en la carta el tratamiento de majestad, lo
cual sería absurdo si se tratase de un cómplice en una impostura. La frase “para servir a quien tan tiernamente amo”
y la de “Rey mío y señor mío” son
expresiones sinceras de cariño y respeto escritas con toda la espontaneidad de
un correo privado que en principio solo debería leer el interesado.
En la carta se da un dato importante y es al mal por
hacérselo a los caballos y tener falta de costumbre. Era bien sabido la
habilidad de D. Sebastián para domar caballos y el fraile le hace ver que
llevaba tiempo sin hacerlo y de ahí la falta de costumbre. También se lamenta
de la envidia que le da esa gente de Burgos “el día de los caballos”.
Si, de las cartas de Dª Ana, se desprende un
profundo cariño de esposa y podría decirse que fue engañada por Fray Miguel, de
las cartas de éste se desprende igual sentimiento de cariño y sinceridad lo que
sería absurdo si el fraile fuese el engañador que hubiese urdido esta trama. Un
conspirador que ha urdido este enredo no se dirige a su cómplice en los
términos que se reflejan en sus dos cartas.
No cabe poner
en duda su sinceridad y por lo tanto que están dirigidas al auténtico Rey D.
Sebastián pues es impensable que un impostor hubiese engañado a Fray Miguel que
había tenido un trato asiduo con D. Sebastián y le conocía perfectamente.
Hay pruebas que son irrefutables y esta es una de
ellas al igual que es otra prueba la que el almirante Sousa se levantase con la
flota al entrar en ella D. Sebastián, o que Marco Tulio dijese en Venecia, bien
informado por D. Sebastián, lo mismo que el Archiduque Alberto le había escrito
veinte años antes a su tío Felipe II desde Lisboa.
Felipe II
cuando recibe la carta de D. Rodrigo en la que le adjunta las
intervenidas a D. Sebastián, comprende al momento que, por fin ha caído en sus
manos su sobrino y aconsejado por D.
Cristóbal Moura, D. Juan y D. Martín Idíaquez responde de forma inmediata a D.
Rodrigo de Santillán. Así el miércoles 12 de octubre escribe:
“Por cuanto ha
venido a mi noticia que vos, el licenciado don Rodrigo de Santillán alcalde del
crimen en la mi chancillería de Valladolid habéis prendido un hombre de mal
vivir que dixo llamarse Gabriel de Espinosa, y que le habéis hallado rastros e
indicios de delincuente he tenido por bien que
vos a solas procedáis en este negocio contra el dicho preso y sus cómplices
y correspondientes……….”
Por fin ha caído D. Sebastián en las manos de su tío
Felipe II y esta vez no dejará que se escape vivo. De eso se va a encargar él
ayudado por sus tres cómplices. Lleva muchos años conociendo los pasos que da
su sobrino escondido bajo el disfraz de hombre bajo. Primero le llegó la
noticia del duque de Medina sidonia de estar vivo D. Sebastián, después su
sobrino el archiduque Alberto, virrey en Portugal, le cuenta desde Lisboa la
curación de la pierna herida de D. Sebastián por el médico judío en la sierra
del Carnero y el revuelo que esta noticia causó en Lisboa y las medidas que
tuvo que tomar con el doctor condenado a galeras y por él amnistiado bajo la
promesa de silencio. Por último le habían llegado las noticias de Roma, que le
enviaban sus cardenales, que eran las más peligrosas pues le manifestaban a las
claras que su sobrino se había cansado del voto que hiciera en un momento de
depresión y quería se lo levantase el Santo Padre pues quería de nuevo volver a
ser Rey. Peligraba su corona de Portugal, la corona que había heredado de su
madre y él no estaba dispuesto a que nadie se la arrebatase aunque fuese un
fantasma resucitado.
El lunes 17 Fray
Miguel declara a D. Rodrigo que Espinosa es el Rey D. Sebastián de
Portugal. D. Rodrigo ve confirmada su sospecha de la importancia del caso y de
la posible recompensa que puede obtener. El mismo día 17 D. Rodrigo de
Santillán escribe a Felipe II y le dice que en su declaración le dijo primero
que era una persona muy importante de Portugal y más adelante le confesó “que
este hombre que tengo preso es el Rey D. Sebastián”
D. Rodrigo piensa con toda razón que si el preso es
de tal importancia él puede salir muy beneficiado del asunto ya que lo que se
juega en el mismo es nada menos que un reino, el reino de Portugal. A lo largo
de todo el proceso va a manifestar su codicia pensando en el gran premio que le
dará Felipe II por sus servicios en el caso. Se manifestará también su carácter
rastrero y servil con los superiores y despótico con los inferiores lo que da
idea de su calaña moral.
Así en la carta que escribe D. Rodrigo a Martín
Idiaquez el 23 de marzo de 1595 abiertamente pide el premio a su servicio: “pide una muy buena encomienda”. El día
23 de mayo D. Rodrigo escribe directamente al Rey para pedirle un premio, tres
días antes el juez eclesiástico Llano recibe una carta de Madrid en donde se le
dice que el premio que espera, un obispado, va bien. Los jueces del caso
están bien aleccionados y esperan la recompensa por su prevaricación.
No siempre fue así. El juez eclesiástico Juan de
Llano, al principio del proceso, estará bien convencido que el preso es el Rey
D. Sebastián. Tuvo que esforzarse el juez Santillán en convencerle no de lo contrario
sino de la conveniencia que tenía de no disgustar al Rey. Así en la carta de 4
de diciembre de 1594, que escribe Santillán a Felipe II dice:
“Porque en la
que va con ésta doy cuenta a VMgd. De otras cosas, sólo ésta servirá de darla a
VMgd. De cómo el el doctor Juan de Llano
se ha declarado en afirmar que el preso que yo tengo en Medina es el Rey D.
Sebastián.
Como puede verse por la carta, el juez Llano estaba
plenamente convencido, como todo el mundo, que el preso era el Rey D.
Sebastián. Cuando se le hizo ver lo que de verdad convenía hacer en este
asunto, se plegó a la voluntad real y al final acabó recibiendo el premio del
obispado que le habían prometido por su prevaricación. Fue obispo de Salamanca
donde terminó sus tristes días.
D. Rodrigo de Santillán estaba convencido que sería
premiado por su trabajo, pero como no las tenía todas consigo con su Rey,
procuró asegurarse que pasara lo que pasara él sería premiado, que recibiría
“merced” tanto si el preso moría ahorcado, en cuyo caso la recibiría de su Rey
Felipe II, como si el preso fuese reconocido y reivindicado como el Rey de
Portugal, en cuyo caso el premio esperaba recibirlo de D. Sebastián. Así se
desprende de la declaración de Fray Miguel a Llano de 15 de mayo de 1595 en
donde dice:
“Y así mismo,
estando en la dicha confesión y diciendo en ella este confesante cómo el dicho
Gabriel de Espinosa le parecía el Rey D. Sebastián, el dicho alcalde don
Rodrigo le respondió a este confesante “si este fuese el Rey D. Sebastián no
libraría yo mal, que merced me haría”, y esto es lo que paso en la
confesión.
Como se puede ver por estas cartas, todo el mundo
sabía que el preso era el Rey, pero el terror que inspiraba la larga sombra de
Felipe II, hacía que todos los labios permaneciesen sellados. Era mucho el
miedo que inspiraba el rey a todo el mundo.
La primera
declaración de Fray Miguel, hecha el lunes 17 de octubre de 1594, es muy
importante también.. En ella se refleja la misma espontaneidad que en la carta
que intervino el juez Santillán, casi inmediatamente declara que las cartas que
le muestran por suyas lo son, y que él tiene sin lugar a dudas que el preso es
el Rey D. Sebastián y da las causas en que lo funda, que es el haberle dicho
este hombre cosas que el fraile a solas había pasado con el Rey D. Sebastián.
En la segunda declaración tomada en Medina,
amenazado y después de mostrarle la orden de su superior por la que se le
mandaba jurar, se afirma de nuevo en su opinión de tener al otro preso por el
Rey D. Sebastián y para prueba de poder creerlo trae un montón de contezuelos
de dichos de Portugal, y confiesa que predicó a sus honras haciendo cuenta que
lo tenía sano y vivo en el auditorio.
A lo largo
del proceso, que dirige en todos sus detalles Felipe II, queda completamente claro que la única forma
de saber la verdad es proceder a un reconocimiento del preso para ver si es
cierto que se trata del Rey D. Sebastián o es un impostor llamado Gabriel
Espinosa.
Desde el principio hasta el fin D. Rodrigo está
seguro de quién es el preso. En primer lugar por las cartas en las que el
vicario le llama de “majestad” y le pone por título “señor”, y le firma
“criado”. Todo esto sería absurdo si fuese un impostor y el fraile hubiese
urdido esa trama.
El premio que espera D. Rodrigo como recompensa de
haber llevado el “negocio” hasta el fin,
y que, como es natural no le dan porque supondría el reconocimiento de la
importancia que para el rey tendría la eliminación del preso, que si fuera,
como se sostiene en la sentencia, un hombre “bajo y vil” y un delincuente
cualquiera al que le hubiera dado la locura de hacerse pasar por D. Sebastián
ante Doña Ana y ante el vicario, que son los únicos a los que dice quién es, nadie le
habría hecho caso.
También desde el principio están seguros el rey y
sus tres consejeros de que ha hecho su aparición en escena un personaje al que
desde hacía tiempo le venían siguiendo la pista temiendo siempre que se
manifestara. De ahí su empeño por frenar el ansia de averiguaciones por parte
de D. Rodrigo, para frenar el esclarecimiento de la verdad. Ni se buscan
cómplices entre la nobleza española y portuguesa, ni entre el clero. Todo el
afán del rey es que no se haga ruido, que el hecho no trascienda, que se le dé
rápidamente carpetazo. Sin la tenacidad de D. Rodrigo por la parte civil y la
afirmación de sus derechos eclesiásticos por la del Provincial de los
agustinos, seguramente el caso no habría pasado de la justicia hecha a un
ladronzuelo mentiroso y arrogante con una vanidad fuera de lugar. Pero allí
había “cosa grande” y todos la reconocieron.
Sólo un rey
encubierto podía hablar y actuar así, y revelar cosas pasadas que únicamente D.
Sebastián podía conocer y que eran hechos fáciles de comprobar, como la galera
dorada en Sevilla para D. Juan de Austria, el que le hubiera criado una infanta
(su tía Dª María) etc.
De la trama que hubo en torno a la reaparición del
Rey D. Sebastián y en la que tuvo un papel importante el marqués de Almazán
desde muchos años antes de la famosa comida de Navidad a la que acudió con su
hijo y heredero, tal vez con el fin de que le conocieran o reconocieran los
nobles asistentes a la comida, se hace caso omiso. Ni una mención en los
documentos de ninguno de ellos, después de la declaración del cocinero. ¿No
quiere Felipe II? ¿Les tiene miedo?. La
declaración del cocinero en el juicio pone de manifiesto una conspiración de
amplio alcance que dirige el marqués de Almazán y en la cual están involucrados
los miembros del Consejo de Órdenes. Felipe II no entra en el asunto llamando a
declarar a los miembros vivos de aquella comida. No tiene explicación alguna
que se sepa que el Consejo de Ordenes, uno de los siete consejos de la
monarquía española ha mantenido contactos con el preso y no se llame a declarar
a sus miembros.
D. Sebastián era un ingenuo incorregible, era un
alma grande que no concebía la maldad y menos aún en su tío Felipe. Hasta el
último momento estuvo convencido que su tío enviaría a alguien a reconocerle.
No comprendió la maquiavélica estrategia del rey Felipe y sus malvados
consejeros, viejos astutísimos, que conocían la psicología de D. Sebastián y
por tanto sus reacciones por lo que llevaron el proceso con una fría
inteligencia que les dio el resultado
que buscaban.
El capellán Fray Miguel de los Santos pide que se
proceda al reconocimiento, D. Sebastián confía plenamente hasta el momento de
su muerte que su tío mande a alguien a reconocerle. Esto seria absurdo si ambos
hubieran fraguado una impostura de este calibre. El juez Santillán pide también
al Rey que se proceda a reconocer al preso. El único que no consiente en que se
haga el reconocimiento es Felipe II pues sabe que le costaría un reino.
El juez
Santillán juega fuerte su baza. Ya ha dictado sentencia contra el preso e
intenta en un último extremo presionar a su Rey para forzarle a una respuesta
negativa y por tanto muy evidente y comprometedora en relación con el
reconocimiento del preso. De esta forma estima que el Rey le tiene que quedar
más agradecido por su colaboración en el crimen que quiere demostrar conoce
perfectamente el Rey. Así en la carta de Santillán al Rey de 15 de julio de
1595 referenciada dice:
“…se podría hacer con Espinosa una diligencia
muy breve y muy sustancial, que es ver si se le reconoce entre 4 o 6 personas,
porque, como di cuenta a VMgd. por carta de 7 de marzo, confiesa Espinosa que
Fray Miguel le advirtió que se compusiese y mesurase porque de Portugal habían
venido a reconocerle y que así lo hizo, y después acá dice Espinosa que
conocerá al hombre que le vino a reconocer, y con esta diligencia quedará
convencido Francisco Gómez para confesar la verdad aun sin tormento.
Y antes de
hacer nada con Espinosa me ha parecido dar cuenta de esto a VMgd., y cuando el
presidente de Castilla me escribió por carta de 6 de este mes que VMgd .mandaba
que no se hiciese nada con Espinosa entendí que se había reparado allá en esto
y en hacer esta diligencia que es de tanta consideración, y así, hasta advertir
de esto, no he querido hacer nada con Espinosa; VMgd. será servido en mandar lo
que se ha de hacer.
La respuesta del Rey no se hace esperar y constituye
la prueba más evidente de las verdaderas intenciones de Felipe II y que no
tenía el menor interés en la identificación verdadera del preso. En la carta
que envía a D. Rodrigo el 24 de julio de 1595 dice:
He recibido
vuestras cartas de 15 y 16 de éste con los papeles que en ellas se acusan, y, no obstante lo que apuntáis a propósito de
carear a Francisco Gómez con Gabriel de Espinosa antes de proceder adelante con
él, conviene que sin ninguna dilación pronunciéis y ejecutéis la sentencia que tenéis ordenada, pues lo
principal de que se ha de pender lo de Francisco Gómez es el cargo que se le ha
de hacer a Fray Miguel de los Santos, y él queda por sentenciar
Esta carta constituye la prueba evidente de la prevaricación del Rey
Felipe II y la prueba de que el juez mismo que le condenó, tenía claro su error al dictar sentencia. Por eso cuando
le proponen un careo con alguien que conocía a D. Sebastián busca la
intercesión del Rey para que le faculte a una diligencia más antes de ejecutar
la sentencia, que es sencilla y puede ser definitiva. Esta diligencia que pide
hacer, consiste en el reconocimiento, que además D. Sebastián dice que acepta y
que él también conocerá a quien va a reconocerle, lo que para el juez es
muestra indudable de inocencia y así se lo escribe al mismo Rey Felipe II. El
juez sabía que había obrado contra la justicia cuando aplica la sentencia de
muerte sin facilitar el reconocimiento pedido, obedeciendo al rey Felipe II, a
sabiendas de que el reo es inocente o no habría pedido un careo, por eso pide
un premio que esperará hasta el final y que pedirán abiertamente tanto él como
su esposa pero que no conseguirían pues Felipe II comprendió perfectamente que
si le daba la encomienda pedida era como pregonar a los cuatro vientos que le
estaba retribuyendo por el reino usurpado que el juez Santillán le había
regalado en bandeja.
Felipe II ha comprendido
perfectamente las intenciones del juez Santillán al forzarle a decir por
escrito que no se efectúe el
reconocimiento y se ejecute la sentencia. Su venganza, implacable como
siempre, en una persona de su talante soberbio y orgulloso consistirá en dejar
sin el premio prometido al juez Santillán que morirá poco después suplicando le
den el premio que le habían prometido.
Al día siguiente de la ejecución del Rey D. Sebastián, el dos de
agosto de 1595, el juez Santillán escribe al conde de Castel-Rodrigo, el gran
traidor, Cristóbal Moura diciéndole:
“Por la carta de su Majestad,
verá Vuestra señoría de lo que le doy cuenta, y sólo digo que, viendo que la resolución de hacerme merced
se dilata, y parece que era ya tiempo de hacérmela, me ha parecido suplicar
a Su Majestad me haga merced de mandar se me dé el salario ordinario, cuando
mis servicios no merezcan más que esto, no desmerecen lo que ordinariamente se
les da a todos los alcaldes, y con todo eso estoy tan confiado de la merced que
Vuestra Señoría me hace, que no sólo me hará Su Majestad esta merced, sino que me hará otras mayores, como yo lo espero y todo el mundo
lo entiende.
Estaba claro
que el juez Santillán esperaba un gran
premio y que todo el mundo entendería el porqué se le hacían dichas mercedes.
Pero hay más pruebas del crimen cometido. En el siglo XVI, las clases
sociales, están perfectamente diferenciadas. Un miembro del estamento noble o
de la realeza puede disfrazarse y hacerse pasar por villano u hombre bajo, pero
no al revés.
El caso contrario, el de un hombre bajo que se disfrazase de gran
señor es totalmente impensable pues sería reconocido en el acto al no saber
comportarse como tal.
En el caso de D. Sebastián hay dos personas relevantes que descubren y
no lo ocultan que bajo el disfraz de cocinero o pastelero se esconde un gran
señor, y son el banquero de Medina Simón Ruiz y el hermano del juez Santillán,
D. Diego de Santillán.
El banquero le envía a diario a la prisión la comida a D. Sebastián en
platos de plata. El banquero es un hombre de mundo que no se deja engañar por
las apariencias y ha reconocido en el preso a un Rey que en el futuro, si
recupera su reino, puede ser un buen cliente.
D. Diego de Santillán el hermano del juez, ha sido comisionado por
éste para trasladar al preso de Valladolid a Medina y tras el viaje escribe una
carta a su hermano desde Medina el 20 de octubre de 1594, en donde le relata
los pormenores del viaje y en donde le dice:”Y de todo este tiempo que le
he hablado, prometo a v.m. que en mi vida vi hombre que más pareciese hombre principal, aunque él procura hacerse harto
pastelero. Hoy me ha dicho que aunque
sea para cortarle la cabeza desea ponerse a los pies de su magd. Y que esto yo
lo procure, porque con esto redimiré un alma que está en camino de perdición”
Estos dos testimonios son concluyentes. Ni Simón Ruiz ni D. Diego de
Santillán se han dejado engañar por el disfraz del preso y ambos reconocen por
sus actos y escritos que se trata de un rey.
Él sin embargo lo niega y sigue empecinado en que es pastelero porque tiene un
voto religioso que el Papa no ha consentido levantarle y por tanto cometería
perjurio si cuenta quien es. Sin embargo, si otra persona le reconoce no es él
quien comete perjurio, por eso su afán de decir que es pastelero, pero que
venga algún amigo de D. Sebastián a reconocerlo y él adelanta que también él lo
conocerá al que venga.
Él había jurado vivir como
hombre bajo durante veinte años y cuando intentó ante la Santa Sede que le
levantasen el juramento hecho, la Sede Apostólica se lo negó por motivos puramente
políticos para no indisponerse con España. Le faltaban, por tanto, tres años
para terminar su voto. No podía descubrirse sin cometer perjurio. Su formación
religiosa se lo prohibía. Antes estaba la salvación de su alma que su vida. Un
reino valía menos que su condenación por perjurio. Su misticismo exacerbado le
duraría hasta el fin de su vida pues él no podía desobedecer a lo ordenado por
dos Sumos Pontífices Gregorio XIII y Sixto V. Esto lo sabía muy bien Felipe II
y sus tres perversos y astutos consejeros los dos Idíaquez y el traidor a su
Patria y a su Rey Cristóbal Moura
.
No obstante no quererse declarar, D. Sebastián deja a la posteridad
una pista que constituye una prueba irrefutable sobre su identidad que consiste
en su firma al pie de su declaración en el proceso, firma que llena de
indignación a Felipe II y que dice:
YO REY PRESO QUE NO
ESPINOSA
Después rubrica igual que hizo en numerosos documentos firmados
durante su reinado. Consistente en tres aspas una sobre otra y la tercera más
grande por debajo de las otras dos que bajan hacia la izquierda y luego se desliza
hacia la derecha hacia arriba haciendo en el cruce una elipse. Con esta firma
deja dicho a la posteridad que él no es un impostor llamado Gabriel de
Espinosa, sino un Rey encubierto que se haya preso.
Arriba firma del Rey D.
Sebastián al pié de su declaración en la prisión . Abajo, su firma en un
documento de Estado años antes cuando aún ejercía como Rey de Portugal. Como
puede observarse las rúbricas de las firmas son idénticas a pesar de los años
transcurridos y de las espantosas circunstancias en que firma en la prisión.
Zoom sobre la firma:
A la ejecución de D. Sebastián acudió enorme multitud atraída por la curiosidad y el posible espectáculo de ver manifestarse públicamente al preso a quien el rumor generalizado daba por ser el Rey encubierto D. Sebastián. Los únicos que no acudieron a la ejecución fueron los miembros del concejo municipal de Madrigal que dimitieron colectivamente para, así, mostrar que ellos no estaban de acuerdo con la sentencia y consideraban que se iba a cometer un crimen de lesa majestatis al ejecutar a un Rey ungido de Dios.
Con la muerte de D. Sebastián comienza un fenómeno
en el pueblo portugués: el Sebastianismo, esto es, el ansia de un pueblo que
quiere recobrar su independencia e identifica esta con su rey desaparecido. Si
Portugal pierde su independencia por
culpa de D. Sebastián, fue también D. Sebastián el símbolo ideológico de esa
independencia y gracias a su pervivencia en el colectivo portugués será posible
la restauración de la independencia.
A la
ejecución de Fray Miguel asistió un
notario enviado por Felipe II. Fray
Miguel públicamente antes de presentarse ante el tribunal de Dios tras haber
confesado y comulgado, manifestó a todo el mundo, al pié del patíbulo, que el
preso de Madrigal era el Rey D. Sebastián y que si en el proceso, en alguna
ocasión, había dicho lo contrario había sido por la tortura.
Después habló largo rato con el notario del Rey y
murió santamente. Con esta última prueba irrefutable,- era un sacerdote que
acaba de confesar y comulgar-, quedaba claro que en Madrigal se había consumado
un terrible crimen de Estado.
Juan de Llano
escribe a Felipe II, el 19 de octubre, relatándole el final de Fray Miguel y le
dice:
“Señor
Habiendo dado
cuenta a Vuestra Majestad el martes pasado, con correo propio, de la
degradación de Fray Miguel de los Santos que se hizo el día antes, enviando la
copia de su sentencia y de lo que en aquel acto había pasado, y de cómo,
habiéndose entregado a la justicia seglar, quedaba en la cárcel real de esta
corte para hacer justicia de él, referiré en ésta lo que después acá ha pasado,
para que VMgd. lo entienda y salga de
cuidado.
Hoy jueves, 19
de éste, a las 11 del día, habiéndole acompañado al dicho Fray Miguel en la
cárcel frailes descalzos franciscanos que pidió y otros religiosos, y tratado
las cosas de su salvación, y habiendo recibido los Santos Sacramentos,
habiéndole condenado el alcalde Diego de la Canal , que conoció de su culpa, a muerte de
horca, y que después de baxado de ella le cortasen la cabeza y la llevasen a la
villa de Madrigal, donde en la plaza de ella fuese puesta en un palo por
espacio de 10 horas, le sacaron por las calles públicas de esta corte y le
ahorcaron en la plaza de ella, interviniendo muy gran concurso de gente de
todos estados a verle morir. Y, estando para ello subido en la escalera, llamó
al escribano de la comisión, que asiste a la justicia, y estuvo con él hablando
un buen rato para decirle que moría sin
culpa, y que las confesiones que había hecho en el tormento eran falsas, y, a
este propósito, algunas cosas que son de poca consideración; su muerte o
librarse de ella, pues es cosa sin duda ser la verdad lo contrario. no se escribió ninguna de ellas, y por
parecer antes son dichas a fin de dilatar
Y con esto
acabó allí su vida el dicho Fray Miguel, y con ella se acabó este negocio que
tanto cuidado y fastidio habrá dado
a VMgd., con tanta satisfacción del mundo que estaba a la mira de él, porque se
deben dar a Dios muchas gracias por haberlo así encaminado, y a VMgd., que con
tanta vigilancia cela las cosas de su servicio y bien y paz de sus reinos,
porque confío en su misericordia y clemencia que ha de alargar la vida y salud
de VMgd., para que con ella su iglesia católica se conserve en la paz y quietud
que conviene para mayor bien de la cristiandad, como yo se lo suplico cada día,
aunque indigno.
Él guarde y prospere la católica y real
persona de VMgd. muy largos y felices años como es menester. De Madrid, 19 de
octubre de 1595. El Doctor Juan de Llano.
La carta no tiene desperdicio. Aparte el tono
rastrero, le dice lo que ha pasado para que el Rey “salga de cuidado”. Por lo
visto, el rey no descansaría hasta ver consumado su crimen en su totalidad y
eliminados todos los testigos molestos del mismo que pudieran descubrir el
pastel.
Para más tranquilizarle le dice que de las cosas que
dijo al notario real “no se escribió ninguna de ellas”. Así quedará cerrado
para siempre este “fastidioso” asunto que podría haberle costado un reino a su
muy católica majestad y quedará todo tapado
y bien tapado, para que en el futuro nadie pueda hacer indagaciones
molestas o peligrosas. El duque de Lerma terminaría la faena ordenando la
clausura de todo el proceso como secreto de Estado y materia reservada.
Sí le señala en la carta, que el preso manifestó que
todas las “confesiones hechas en el tormento eran falsas” con lo que le
pone de manifiesto al rey su mérito al haber ajusticiado a ese hombre y así se
hace más merecedor del premio que espera le conceda. Desde luego, el doctor
Llano se ha ganado bien el obispado prometido.
Y así termina la verdadera historia del rey D.
Sebastián. Un rey que prefirió una muerte indigna como pastelero antes que
cometer perjurio. Con su muerte verdadera dejó un testimonio a la posteridad de
cómo vive y muere un príncipe cristiano.